viernes, 31 de julio de 2009

Entre la acción y los sentimientos

John Dillinger fue un asaltante de bancos nacido en Estados Unidos que tuvo una gran difusión mediática en la época de la Gran Depresión en la década de 1930. La fama del gángster se dio, en gran parte, a lo rápido y efectivo que era a la hora de realizar sus crímenes, cómo la manera en la que burlaba a las fuerzas policiales.
El director Michael Mann con Public Enemies va a allá de los hechos delictivos de Dillinger y lo demás relacionado a éstos; se basa en la personalidad del criminal, en su manera de ser, en el sentir de éste, cuestión que logrará gracias a la muy buena actuación de Johnny Depp.
El film no es un clásico de gángsters típico de esas obras maestras de la historia de la mafia pudiendo citar a The Godfather de Francis Ford Coppola, Once Upon a Time in America de Sergio Leone o Goodfellas de Martin Scorsese; sino todo lo contrario, es mas de la talla de aquellos más comerciales pero atractivos y de acción como The Untouchables de Brian De Palma, ligado a la persecución entre el “bueno” y el “malo”, si es que se pueda clasificar a los personajes de tal manera.
Mann es un buen realizador a lo que films de acción se refiere, ya lo había demostrado con Heat y Collateral, y con Public Enemies saca a la luz los tópicos del género que mejor domina, y que a partir de esta persecución entre el policía (en este caso el duro Melvin Purvis que interpreta sobriamente Christian Bale) y el ladrón (Dillinger) logrará un nudo de interés, sólo desviándose de éste en cuestiones menores, que en caso de haber sido omitidas le hubieran dado aun más ritmo a una película que apenas se sobrepasa en su duración.
Pero como se cito anteriormente, el director también se dedicará a lo que es el interior del personaje de Depp, a quién lo dosifica de una gran inteligencia, coraje y seguridad, pero con el defecto de su sentimentalismo por sus amigos y por las mujeres, o mejor dicho por una de la que perdidamente se enamora: Billie Franchette, que es interpretada de gran manera por Marion Cotilliar, aquella que había ganado en 2008 el Oscar a la mejor actriz por La môme, en su interpretación de la cantante Edith Piaf en el film de Olivier Dahan.
Lo más destacado de la película no son sólo las grandes actuaciones de Depp y Cotillard, como la conducción por parte Mann, y las grandes secuencias de acción mayormente destacadas por el gran manejo de la cámara en mano; sino que también es para acentuar como se recreó toda una época, que sin la soberbia fotografía de Dante Spinotti no hubiera sido posible.
Public Enemies es una película bien lograda, quizás no será recordada como una gran obra, pero si como un buen film de acción que retrata de gran manera a un sentimental y controvertido personaje; es de aquellos que entretienen, pero que también dejan su rastro en materia cinematográfica, para cerrar satisfactoriamente otro proyecto más que correcto de Mann.

miércoles, 29 de julio de 2009

Un nuevo cosmos de melodías alucinantes

Tras haber experimentado con sonidos raros y exageradamente eléctricos en su anterior disco The Bedlam in Goliath en 2008, como también con largos temas de talla vanguardista, The Mars Volta vuelve al ruedo con Octahedron, un potente trabajo discográfico que se asemeja más a los inicios de la banda, aunque con renovados e interesantes toques acústicos.
Estaría de más destacar el virtuosismo de Omar Rodríguez-López con la guitarra como la euforia de Cedric Bixler-Zabala al momento de entonar las letras de cada tema del conjunto estadounidense, pero esto quedará completamente afianzado en su quinto álbum de estudio.
Octahedron esta compuesto de ocho temas inéditos, de casi cincuenta minutos de electrizantes melodías, las cuales se asemejan más a las de sus primeros discos De-Loused in the Comatorium de 2003 y Frances The Mute de 2005 y en parte haciendo recordar a At The Drive-In (la banda anterior de Bixler-Zabala y Rodríguez-López), destacando ante lo experimental, sonidos de rock progresivo y lo melódico de cada nueva canción.
Pero The Mars Volta siempre fue un grupo ligado a lo experimental y esta nueva placa, en parte, no es la excepción, ya que las variantes acústicas que se hacen presentes en Octahedron son una novedad dentro del universo del conjunto. Esto se presenta desde el comienzo, ya desde «Since We’ve Been Wrong», el tema de apertura, se pueden escuchar los delirantes arpegios de Rodríguez-López con su guitarra.
A lo largo del álbum se irán intercalando los sonidos eléctricos con los acústicos, y potentes temas como «Teflon» y «Cotopaxi» se enlazaran con bellas canciones acompañas por un onda “unplugged” (aunque de desenchufado no tendrán nada) como «With Twilight As My Guide» y «Copernicus».
Otra joya del LP es el tema de cierre «Luciforms», enérgico por donde se lo interprete a lo largo de sus ocho minutos y 22 segundos, desde la tonada de Bixler-Zabala, como de los geniales y excéntricos solos de guitarra eléctrica de Rodríguez-López y el gran acompañamiento del muy buen batero Thomas Pridgen.
En conclusión, The Mars Volta ha regresado a su mejor forma, experimentando entre lo nuevo y lo clásico dentro de la banda para crear con Octahedron una placa intensa, alucinante y llena de virtuosismo de la mano de sus músicos, concretando un trabajo interesante, variado y de una calidad digna de ser escuchada.

viernes, 24 de julio de 2009

Una fábula mágica y encantadora

El japonés Hayao Miyazaki es el gran maestro del cine contemporáneo de animación. Su excelencia para la creación de universos que rozan lo real con lo fantástico a través de magistrales y verosímiles historias, como la calidad técnica de sus films, hacen de él un cineasta estupendo, que con Gake no ue no Ponyo (Ponyo y el secreto de la sirenita) vuelve a deleitar con su nueva y exquisita pieza.
Films como Mononoke-hime (La princesa Mononoke), Sent to Chihiro no kamikakushi (El viaje de Chihiro), o Hauru no ugoku shiro (El increíble castillo vagabundo) dejan bien en claro de lo que Miyazaki es capaz. Historias filosóficas y llenas de magia, con personajes complejos y fábulas asombrosas para cualquier rango de espectadores.
Con Gake no ue no Ponyo, el japonés crea una fábula de carácter más infantil a sus predecesoras, en dónde un niño (Sosuke) encuentra a una pecesita roja con rostro que quiere convertirse en niña para estar al lado de su nuevo amigo, aunque deberán lidiar con Fujimoto, el protector padre de ésta que quiere que retorne al océano.
En el nuevo film de Miyazaki todo es posible y lo real y lo fantástico interactúan con una total delicadeza, desde personajes del mundo real como lo son Sosuke y su madre Lisa, como con la aparición de Ponyo, su padre (un humano que decidió vivir en las profundidades del océano), su madre y todopoderosa sirena, cómo unas geniales olas que tornan vida para ayudar en los propósitos de Fujimoto.
Miyazaki vuelve a crear personajes interesantes y vistosos, dónde fusiona la parte humana con la animal o fantástica, como lo había hecho antes con Haku, un niño que se transformaba en dragón en Sent to Chihiro no kamikakushi, o San, la princesa lobo de Mononoke-hime; en este caso Ponyo es una pecesita con súper poderes que querrá convertirse en una niña verdadera.
A primera vista, el film parece simple, pero tanto sus interesantes personajes de una gran complejidad dramática, como la bellaza de cada uno de los detallistas dibujos (que están hechos a mano dejando de lado las nuevas tecnologías digitales) hacen que Gake no ue no Ponyo sea más que interesante y no solo imprescindible para los más pequeños.
Otro aspecto de gran riqueza en la película es su banda sonora, la cual Joe Hisaishi compone con maestría combinando lo clásico con lo moderno y lo virtuoso con lo encantador.
Miyazaki concreta otra gran obra para su imprescindible filmografía, y a pesar de que Gake no ue no Ponyo no posea la genialidad de sus films anteriores, es una película encantadora, repleta de magia y principalmente de una exquisitez inagotable en la expresión producida en cada trazo a la hora de la animación del film y del más real mundo de la fantasía, el que nos sigue proporcionando el maestro japonés.

viernes, 3 de julio de 2009

El loco mundo de la revolución

La obra aun no empieza, pero los locos ya andan sueltos por el macabro escenario mientras esperan que suene la campana. Serán testigos del enfrentamiento que esta por comenzar, pero en este caso lejos de un ring de boxeo, y más cerca de una imaginaria batalla psicológica o un diabólico ensayo entre la razón y el escepticismo, la ideología revolucionaria y el nihilismo, entre Juan Paul Marat y el Marqués de Sade.
Marat-Sade, dirigida por Villanueva Cosse, es una adaptación del clásico de Peter Weiss de 1964, siendo una pieza característica del teatro dentro del teatro.
La escenificación se ubica en 1808 en el manicomio de Charenton posterior a la Revolución Francesa, en dónde Sade (que allí había pasado sus últimos años) presenta una obra escrita y montada por él, la que protagonizarían los locos del asilo. La representación que propone el marqués tiene lugar en 1793 y consiste en los hechos que derivarían en el asesinato de Marat por Charlotte Corday.
Cosse manifiesta en tono exquisito esa conocida “imagen” de la muerte de Marat en la bañera apuñalado por Corday, que habían representado tan brillantemente en la pintura Jacques-Louis David con La muerte de Marat en 1793 y Paul Jacques Aimé Baudry con Charlotte Corday en 1860.
La obra de Cosse es atrapante y no deja respiro a pesar de los 125 minutos aproximados que dura la presentación. Mantiene atento al espectador con un asfixiante desarrollo que mezcla el drama, el suspenso, y el musical con destellos de humor negro. La realización también recurre a clásicos de la ideología teatral como las de Bertolt Brecht, a través del marco intelectual que se le presenta al público, como también lo frío y pesimista del argumento; y la de Antonin Artaud, con un sentido de rigor violento y la condensación extrema de elementos escénicos que deben entenderse a través de la crueldad en la cual están basados.

Marat-Sade logra una importante efectividad en el espectador debido a las muy buenas actuaciones de Lorenzo Quinteros (en el rol de Sade), Santiago Ríos (gran representación bufonesca de Jacques Roux) y de los cantantes Luis Herrera, Julián Pucheta y Sol Fernández López.
Otro punto para destacar de la obra es la correcta escenografía de Tito Erguza como el excelente vestuario de Daniela Taiana. Ambas características recrean la época a partir de una gran verisimilitud.
Con Marat-Sade, Cosse logra una interesante obra y un efectivo coctel de ideologías, locuras y delirantes exageraciones a través de personajes oscuros y un marco tétrico que dejara exhaustos y conformes a los espectadores que se acerquen a la sala Martín Coronado del Teatro General San Martín.