sábado, 10 de noviembre de 2012

Ojota


   Más bien morena, informal, de descendencia brasilera, casi artificial, siempre marchando al compás de su hermana gemela. Siempre juntas, inseparables, desde una vidriera a ser el apoyo de ella. Nunca presagiaban lo que iba a suceder.
   Un día como cualquiera, cumpliendo su deber, el temporal complicó las cosas. Ella se desprendió, la otra la miraba como se iba por el arrollo sin poder hacer nada, la visión era nula. El 39 en la frente, dos gotas de agua y un lazo que se resquebrajaba.
   Pobre, su cuerpo sumergido y el temor de no poder ni siquiera exclamar un grito de auxilio, sin rumbo a la galaxia desconocida de un horizonte extraño y desalineado.
   Chocaba con distintas cosas y artefactos, ya sin saber dónde estaba, si aquí o allá. No se daba cuenta si había dejado de respirar o si respiraba en un sueño. Luces de colores, parecía un paisaje psicodélico. Un torbellino que la dirigía hacia un túnel, un portal, una ventana a lo desconocido.
   De repente un pentagrama en el espacio, una melodía confusa, corcheas furiosas que discutían en una charla de café. Ella lo veía todo y no veía nada, ya no había más agua, no había nada; flotaba en una nebulosa y se sentía inútil, sola, vacía, sin uso y sin misión.
   Al instante, sin saber si estaba viva, fue cayendo en la situación, en pensar que sería de su hermana, de su dueña, en lo que iba a extrañar la arena tibia, el rústico pavimento. Se dio cuanta que estaba lejos, que quizás ya nunca volvería, que sería reemplazada y su idéntica eliminada. El llanto dominaba su estado de desolación mientras el sol desgarraba su figura, la cual se consumía y se volvía pálida. Humo, pastillas y desesperación. Ya nunca volvería a ser ella. El final había llegado.