Más bien morena,
informal, de descendencia brasilera, casi artificial, siempre marchando al
compás de su hermana gemela. Siempre juntas, inseparables, desde una vidriera a
ser el apoyo de ella. Nunca presagiaban lo que iba a suceder.
Un día como
cualquiera, cumpliendo su deber, el temporal complicó las cosas. Ella se
desprendió, la otra la miraba como se iba por el arrollo sin poder hacer nada,
la visión era nula. El 39 en la frente, dos gotas de agua y un lazo que se
resquebrajaba.
Pobre, su cuerpo
sumergido y el temor de no poder ni siquiera exclamar un grito de auxilio, sin
rumbo a la galaxia desconocida de un horizonte extraño y desalineado.
Chocaba con
distintas cosas y artefactos, ya sin saber dónde estaba, si aquí o allá. No se
daba cuenta si había dejado de respirar o si respiraba en un sueño. Luces de
colores, parecía un paisaje psicodélico. Un torbellino que la dirigía hacia un
túnel, un portal, una ventana a lo desconocido.
De repente un
pentagrama en el espacio, una melodía confusa, corcheas furiosas que discutían
en una charla de café. Ella lo veía todo y no veía nada, ya no había más agua,
no había nada; flotaba en una nebulosa y se sentía inútil, sola, vacía, sin uso
y sin misión.
Al instante, sin
saber si estaba viva, fue cayendo en la situación, en pensar que sería de su
hermana, de su dueña, en lo que iba a extrañar la arena tibia, el rústico
pavimento. Se dio cuanta que estaba lejos, que quizás ya nunca volvería, que
sería reemplazada y su idéntica eliminada. El llanto dominaba su estado de
desolación mientras el sol desgarraba su figura, la cual se consumía y se
volvía pálida. Humo, pastillas y desesperación. Ya nunca volvería a ser ella.
El final había llegado.