Hipnotizado en una
bahía se puso a elegir caramelos de un frasco que había encontrado en el más
allá. El recipiente tenía una profundidad que no aparentaba y a él le resultaba
imposible tomar el dulce que deseaba. Tan cerca, pero tan lejos, reluciente en
su envoltorio floreado.
Se fumó cada nube
que lo miraba y se bebió todo el pantano que lo rodeaba. Se puso a navegar sin
canoa hasta que se perdió en los laberintos de una canción. Guirnaldas de
colores y un xilofón de pasiones. Las agujas del reloj se derretían a la sombra
y su sabiduría se iba reflejando en su cabello.
Su violín estaba
desafinado, suspendido en tiempo y espacio. Una sonata de lejos y una escalera
hacia un armario en el inconsciente. La mesa estaba servida y sin embargo no
quedaba nadie, sería temporada de pileta en el desierto.
El loco momento en
el que deja de funcionar el universo, en el que se corren los decorados para
que todo comience a oscurecer por dentro y a encandilar por fuera, se corta la
música y se acrecienta el barullo.
La vida del poeta es
como la de un mago, solo que sus trucos están en la belleza de sus palabras. Su
secreto no debe ser revelado, para así poder seguir produciendo el encanto de
la ilusión de una dimensión paralela.
Pero todo seguía
detenido, esta vez él no era el que
estaba sedado, sino el propio universo, que lo transportaba poco a poco sin
saber a dónde. La temporalidad ya le era ajena, y por más que estuviera lleno
de oro, el contrario siempre tenía la espada. El tiempo lo hizo ir saltando de
renglón en renglón en el devenir de una hoja interminable. Invernó en un túnel por
años y se despertó en otro sitio, aunque todavía no abrió los ojos.