Una conferencia reveladora entre las
cataratas de la duda. El misterio que deja de ser misterio, aunque misterio
queda, una ráfaga latente entre cada pensamiento, esporádico, ya la razón dista
de estar de moda, algo de intuición, pero todo es impulsivo.
Unas bebidas en un asteroide, sonidos,
palabras, miradas, un guiño, una sonrisa ¡mejor te doy una mano para comandar
esta nave! Una cumbia ninja que no devino en el regalo prometido, pero a quién
le importa si después fue todo mejor. Ya captabas mejor cada coordenada y te
soltaste a flashear con una conexión que, si antes estaba, no se había
manifestado nunca de esa manera entre las reglas de la física.
¿A dónde vamos? La misma ruta conocida de
siempre puede no serlo, hasta te diría que da ternura lo despistada que sos. Las
fucking luces, aunque no estamos en Las Vegas, quién sabe dónde, vos seguías en
una estrella, mareada entre el deseo y la imaginación.
Todo era raro, quizás un poco nuevo, quizás
no. Un punto en común, creo que entre una región euroasiática con destellos de
Sudamérica. Se te ocurrió parar, no se porqué pero algo me decía que ya habías estado
ahí, creo que yo también. El barullo y los reflectores, la calidez de una
noche, era un momento atemporal, fuera de sí, la adrenalina se ponía de
cuclillas.
Sí, un collage en tu mirada, un pulpo, la
presión, un susurro, una mordida, la tensión de los vampiros y el cuello más
deseado ¡Siga pintando maestro! ¿Qué más ve? Su cara se transformaba, una
simbiosis intergaláctica en las costas del deseo. Su rostro, sus ojos, sus
pómulos, sus labios, ya nada era igual. Una posesión satánica y una locura
entre corcheas en dónde empezaba a dominar el silencio, ya las notas eran
movimiento, pausado, cercano, esclarecedor.
Ya habiendo perdido cada señal de nuestra
misión, nos perdimos en un inmenso reloj de arena, entre las mareas de la
satisfacción, una sonrisa cómplice que nos mantenía vivos, faltaba la
respiración y nos sujetábamos con fuerza, los conejos no paraban de salir de la
galera y de repente todo se volvió sinfónico, estábamos como en casa, en un
hogar imaginario, ciego, invisible a los ojos de cualquier ente exterior. Ya el
resplandor nos marcaba el rumbo, quizás perdidos por minutos o siglos, en
distintas realidades o sueños, de a poco nos fuimos dando cuenta y ya
estimábamos que sabíamos dónde aterrizar.