jueves, 21 de febrero de 2008

Reminiscencia abstracta

Estaba sentado, casi en la cima de la colina. Una leve brisa me despeinaba mientras me acariciaba el bigote. Arriba un manto gris, debajo luces de colores. Mascaba mi eucalipto mientras abría mi botella de vodka.
Mi percepción comenzó a desequilibrarse y delante de mis gafas se incrustó la imagen de una fiesta, seguramente pagana. Transcurría como en un rancho, una zona campestre decorada como arbolito de Navidad.
Aquella joven bailando totalmente desnuda saboteó mi mente, ella hacía algún truco extraño con guirnaldas mientras los demás babeaban y reían. Era un sitio muy clandestino, drogas por doquier, cabras bebiendo whisky de enormes barriles y unos sonámbulos masticando el herbaje.
¡Pero qué cruda era la postal! Esa niña ni tendría quince años y estaba siendo descuartizada como un pollo, enormes tijeras de podar le hacían crujir los huesos. ¡Jugo de fresas para todos! Y ese degenerado que menos de ochenta años no tendría, bebía como un puerco.
Las láminas se unían al compás de las cascabeles, los colores se iban moldeando, como en una enorme paleta de oleos a medio usar... y aquel otro tocaba, artista se hacía llamar. ¡Qué ruin! Y había truenos, cada vez más... y el Mi menor seguía desafinado.
Todo era desalentador. Ese mentiroso que predicaba oraciones tan burdas que hasta aquel omnipotente que nunca existió se echaría un vómito. Esperé por una batidora que no aparecía y al instante llovió, pero todo seguía igual, excepto que a varios se les dio por nadar.
Luego atrajo mi atención un lunático que me resulto conocido, este prendió su enorme puro mientras se hamacaba en su silla de madera. De pronto desenfundó una preponderante ametralladora, creo que era una MG-34, mientras se colocaba unos auriculares.
Entonces, como si nada, comencé a escuchar a David Bowie cantar el tema que dice “Let's dance, for fear your grace should fall... Let's dance, for fear tonight is all”. Las comisuras de mis labios se acomodaron, reí a carcajadas y comencé a gozar como hace demasiado no lo hacía.¡Qué lindo!

domingo, 17 de febrero de 2008

Caminos

Había sido un día agitado. Entre tambaleos, ella se sentó en el escalón de la vereda de su casa. Suspiró, luego revoleó su sombrero y optó por secarse el sudor de la frente con la manga de su camisa.
Estaba algo deprimida y mareada. De repente, apareció un enorme bloodhound que comenzó a lamerle sus tobillos descubiertos. Ella le preguntó por la sensación térmica. “39 grados Celsius”, le respondió este.
Le ofreció de sentarse a su lado y de su cartera sacó una cigarrera de plata de la cual le convido uno de sus Virginia Slims. Al caballero de largas orejas le hubiera gustado hablar de Stravinski, Bartók o Schönberg, pero terminó escuchado de divorcios, intentos de suicidio y compañías de cirugía plástica. Entonces optó por el disfraz de tolerante y escuchar mientras expulsaba argollas de humo por la boca.
El rostro de la dama iba mutando a cada minuto, sin querer la charla comenzaba a tomar gusto y se volvía cada vez más sugestiva, hasta que entre lágrimas de cotillón se sumó la anécdota de un marido muerto y una hija de la cual la separaron por su excesivo consumo de estupefacientes. Esto último la terminó quebrando, comenzó a llorar cada vez más, sus ojos se hallaban abarrotadamente empañados y empezó a maldecir la vida en reiteradas oportunidades.
Se desabrochó dos botones de su camisa y se ató el cabello. Se había dado cuanta ya hace unos extensos minutos que era ella la única que estaba hablando, aunque también sabía que no podía detenerse. Hasta que se decidió por cesar y concederle la palabra.
“Estuve casado y también tenía una hija. Hasta que un día por error me bebí la limonada de mi esposa y sucumbí. Al principio todo me parecía extraño, aunque de a poco fui observando que la única diferencia era que antes solo a veces debía caminar en cuatro patas, en tanto que respecto a lo demás, todo es muy similar: comer, vagar y azotar sexualmente a una que otra dama en celo”.
Ella optó por acariciarlo. Comenzó por deslizar las yemas de los dedos de su mano derecha por el pellejo de su compañero. Él la miraba fijamente, sus ojos eran verdes como agua salada, y ella quería dejarse sumergir, como si no temiera hundirse.
La dama comenzó a excitarse como hace tiempo no lo hacía. Sus párpados ya estaban desorbitados y tuvo que morderse los labios para no comenzar a gritar. Se sentía reluciente, el estrés se marchaba y a su vez se encontraba inmersa en una fábula que no ojeaba hace años.
Pero él fue el primero en recuperar la conciencia, por lo que se paró para marcharse. Ella, desorientada, le cuestionó porqué.
“Solo el hombre es tan negligente que comete un error en dos oportunidades” le respondió, y de baldosa en baldosa comenzó a silbar.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Una grata sorpresa

Más de una vez en los últimos años he escuchado por uno que otro rincón acerca de lo mal que se encuentra el cine argentino en los últimos tiempos, y de lo difícil que es realizar una producción que valga la pena, ya sea por falta de ideas o presupuesto.
Desde mi punto de vista, debo decir que esto no es del todo cierto, porque a pesar de las falencias que todos conocemos y la poca cantidad de público que consume cine nacional, hay obras que destacar, entre las cuales se haya la magnífica La antena de Esteban Sapir.
Aunque gran mayoría de títulos han pasado sin demasiada relevancia por los cines o han aparecido otros demasiado nefastos, se puede decir que aunque la película de Sapir no tenga algo que se le parezca, si hay interesantes predecesoras que deberían verse dentro de la moderna primera década del siglo XXI. Son los casos de la genial El aura del fallecido Fabián Bielinsky, la interesante y muy bien lograda visualmente XXY de Lucía Puenzo, la provocadora e independiente TL-1: Mi reino por un platillo volador de Tetsuo Lumière o más que agradables películas como Tiempo de valientes de Damián Szifron o Derecho de familia de Daniel Burman.
Pero pese a las pocas excepciones a la regla no es totalmente descabellado pensar que el cine argentino se encuentre en dificultades creativas, y más aun luego de la muerte de Bielinsky en 2006, quien para muchos era el realizador con mayor proyección a futuro. Pero las esperanzas nunca se pierden y queda demostrado que jóvenes como Sapir pueden crear cosas diferentes, creativas, completamente artísticas, y de un nivel visual cercano al del primer mundo.
La antena es un film de sumo interés, de un sólido guión escrito por Sapir, quien crea un mundo fantástico y personajes cautivantes para lograr una muy buena película, que resalta en diversos aspectos técnicos como la cuidada fotografía en blanco y negro de Cristian Cottet, la dirección artística de Daniel Gimenberg o la fenomenal música de Leo Sujatovich, quién logra decorar de manera magistral cada escena a lo largo del film.
La película trata acerca de la población de una ciudad que se ha quedado sin voz, y de cómo el Sr. TV (interpretado por Alejandro Urdapilleta), un magnate dueño del único canal de televisión, domina a toda la gente con las imágenes que expone en la pantalla, con las cuales termina hipnotizándolos para que también adquieran todos los productos que su compañía ofrece. Tales imágenes televisivas funcionan gracias a una máquina que es activada gracias al canto de la única mujer (Florencia Raggi) del sitio que aun tenía el don del habla. A todo esto, el siniestro plan del Sr. TV será apoderarse de cada una de las almas de las personas del lugar.
Pero un empleado del canal (Rafael Ferro) se da cuenta que la dama es secuestrada y con la ayuda de su hija y su ex esposa intentará disolver los planes del malhechor al descubrir que el hijo de la raptada también podía hablar, y al cual si lleva a la antena que se encuentra en las afueras de la ciudad podría hacer retornar la voz y la prosperidad en la multitud y así derrocar al imperio del Sr. TV.
A lo largo del film, se puede destacar un constante homenaje al cine mudo, especialmente a clásicos como Le voyage dans la lune de Georges Méliès y Metropolis de Fritz Lang, en una película que es muda en casi su totalidad. Por otro lado, se pueden vislumbrar importantes influencias que pueda haber recibido Sapir tanto de diversos comics clásicos norteamericanos, como del cine soviético -especialmente de Sergei Eisenstein- o de importantes exponentes del expresionismo alemán como Friedrich Murnau y Lang; o también de la estética que caracteriza a realizadores contemporáneos como Terry Gilliam y principalmente Tim Burton.
En fin, hay que decir que La antena es una obra que propone algo diferente, desde lo excéntrico de sus personajes hasta su exquisitez visual enmarcada en un bello mundo de fantasía que los tendrá expectantes un poco más de hora y media que dura el film, el cual demuestra con creces que en Argentina no todo esta perdido y que se pueden realizar grandes películas como esta.

lunes, 11 de febrero de 2008

Granos

Estábamos en un sitio lleno de luz, rodeados de cerámicas blancas, arriba de un mueble de madera, más precisamente en un gran balde de porcelana decorada con bellos cuadrilles escoceses.
Éramos yo y mi amada amontonados por un montón de seres de nuestra especie dentro de ese asfixiante sitio. La cápsula que nos evitaba ver la luz se habría cada tanto, pero hoy sentíamos que iba a ser nuestro día. El día de huir de ahí, de huir a otro lugar que aún no conocíamos, ya que todos lo que se fueron nunca habían vuelto y nunca más supimos acerca de ellos.
Pero al fin llegó el día. El mutante de aspecto femenino, jamás olvidaré lo bella que se veía con su delantal, levantó el techo de nuestro hogar, o mejor dicho de nuestra prisión.
De pronto nos encontramos sobre un enorme artefacto de metal que ella sostenía con dos de sus dedos. El vértigo era enorme, pero la emoción de lo desconocido y fuera de lo común alteraba todos los factores internos de mi ser.
A los escasos segundos, me di cuenta que nos encontrábamos muy arriba, estábamos casi por tocar el brillante cielo rodeado de uniformes estrellas en sus extremos. Para que se den una idea, sentí la sensación de estar a punto de saltar de un altísimo trampolín cuando vi lo que nos deparaba ahí abajo.
Arriba de la superficie y debajo de todos nosotros se encontraba una enorme olla roja con un aro que se ubicaba en su exterior, mientras que resaltaban impecables dibujos de casitas y carrozas del siglo XVIII alrededor de sus 360 grados.
Reiteradas veces le dije a mi amada que no entendía lo que sucedía, pero ella debido al pánico que causó la situación, ya se encontraba desmayada como muchos de los que no entendíamos a donde íbamos a ir, lo cual por la cercanía parecía que era esa olla llena de ese enorme océano oscuro que nos acercaba su intenso vapor y su aroma tropical.
De a poco todo se iba tornando mas negro, ya mi audacia se había transformado en locura, mis ojos se iban cerrando y todo lo dulce de mi ser se iba amargando cada vez que fraccionaban las milésimas de segundo.
Al principio, ya por el calor que iba sintiendo, me empezaron a perseguir las leyendas que me contaba mi abuela acerca de que los de nuestra especie se transformaban en caramelo cuando llegábamos a un determinado punto de calor en nuestro cuerpo. Pero eso no sucedió.
De pronto ese gigante elemento de metal en el que nos encontrábamos empezó a moverse, y por lo tanto todos nosotros empezamos a flotar en el aire como polvo de estrellas. Era una mezcla entre volar y lanzarse de un paracaídas, pero en realidad no lo sé, ese diminuto espacio de tiempo fue increíble, quizás lo mejor que me haya pasado en la vida.
Después de todo eso sentí un calor tan inmenso como si hubiera accedido al centro del sol. Lo que sucedió luego, no lo recuerdo, ni tampoco creo que algún día se los pueda llegar a contar.



*Creado en 2006