lunes, 11 de febrero de 2008

Granos

Estábamos en un sitio lleno de luz, rodeados de cerámicas blancas, arriba de un mueble de madera, más precisamente en un gran balde de porcelana decorada con bellos cuadrilles escoceses.
Éramos yo y mi amada amontonados por un montón de seres de nuestra especie dentro de ese asfixiante sitio. La cápsula que nos evitaba ver la luz se habría cada tanto, pero hoy sentíamos que iba a ser nuestro día. El día de huir de ahí, de huir a otro lugar que aún no conocíamos, ya que todos lo que se fueron nunca habían vuelto y nunca más supimos acerca de ellos.
Pero al fin llegó el día. El mutante de aspecto femenino, jamás olvidaré lo bella que se veía con su delantal, levantó el techo de nuestro hogar, o mejor dicho de nuestra prisión.
De pronto nos encontramos sobre un enorme artefacto de metal que ella sostenía con dos de sus dedos. El vértigo era enorme, pero la emoción de lo desconocido y fuera de lo común alteraba todos los factores internos de mi ser.
A los escasos segundos, me di cuenta que nos encontrábamos muy arriba, estábamos casi por tocar el brillante cielo rodeado de uniformes estrellas en sus extremos. Para que se den una idea, sentí la sensación de estar a punto de saltar de un altísimo trampolín cuando vi lo que nos deparaba ahí abajo.
Arriba de la superficie y debajo de todos nosotros se encontraba una enorme olla roja con un aro que se ubicaba en su exterior, mientras que resaltaban impecables dibujos de casitas y carrozas del siglo XVIII alrededor de sus 360 grados.
Reiteradas veces le dije a mi amada que no entendía lo que sucedía, pero ella debido al pánico que causó la situación, ya se encontraba desmayada como muchos de los que no entendíamos a donde íbamos a ir, lo cual por la cercanía parecía que era esa olla llena de ese enorme océano oscuro que nos acercaba su intenso vapor y su aroma tropical.
De a poco todo se iba tornando mas negro, ya mi audacia se había transformado en locura, mis ojos se iban cerrando y todo lo dulce de mi ser se iba amargando cada vez que fraccionaban las milésimas de segundo.
Al principio, ya por el calor que iba sintiendo, me empezaron a perseguir las leyendas que me contaba mi abuela acerca de que los de nuestra especie se transformaban en caramelo cuando llegábamos a un determinado punto de calor en nuestro cuerpo. Pero eso no sucedió.
De pronto ese gigante elemento de metal en el que nos encontrábamos empezó a moverse, y por lo tanto todos nosotros empezamos a flotar en el aire como polvo de estrellas. Era una mezcla entre volar y lanzarse de un paracaídas, pero en realidad no lo sé, ese diminuto espacio de tiempo fue increíble, quizás lo mejor que me haya pasado en la vida.
Después de todo eso sentí un calor tan inmenso como si hubiera accedido al centro del sol. Lo que sucedió luego, no lo recuerdo, ni tampoco creo que algún día se los pueda llegar a contar.



*Creado en 2006