lunes, 29 de octubre de 2012

2147


   Una conferencia reveladora entre las cataratas de la duda. El misterio que deja de ser misterio, aunque misterio queda, una ráfaga latente entre cada pensamiento, esporádico, ya la razón dista de estar de moda, algo de intuición, pero todo es impulsivo.
   Unas bebidas en un asteroide, sonidos, palabras, miradas, un guiño, una sonrisa ¡mejor te doy una mano para comandar esta nave! Una cumbia ninja que no devino en el regalo prometido, pero a quién le importa si después fue todo mejor. Ya captabas mejor cada coordenada y te soltaste a flashear con una conexión que, si antes estaba, no se había manifestado nunca de esa manera entre las reglas de la física.
   ¿A dónde vamos? La misma ruta conocida de siempre puede no serlo, hasta te diría que da ternura lo despistada que sos. Las fucking luces, aunque no estamos en Las Vegas, quién sabe dónde, vos seguías en una estrella, mareada entre el deseo y la imaginación.
   Todo era raro, quizás un poco nuevo, quizás no. Un punto en común, creo que entre una región euroasiática con destellos de Sudamérica. Se te ocurrió parar, no se porqué pero algo me decía que ya habías estado ahí, creo que yo también. El barullo y los reflectores, la calidez de una noche, era un momento atemporal, fuera de sí, la adrenalina se ponía de cuclillas.
   Sí, un collage en tu mirada, un pulpo, la presión, un susurro, una mordida, la tensión de los vampiros y el cuello más deseado ¡Siga pintando maestro! ¿Qué más ve? Su cara se transformaba, una simbiosis intergaláctica en las costas del deseo. Su rostro, sus ojos, sus pómulos, sus labios, ya nada era igual. Una posesión satánica y una locura entre corcheas en dónde empezaba a dominar el silencio, ya las notas eran movimiento, pausado, cercano, esclarecedor.
   Ya habiendo perdido cada señal de nuestra misión, nos perdimos en un inmenso reloj de arena, entre las mareas de la satisfacción, una sonrisa cómplice que nos mantenía vivos, faltaba la respiración y nos sujetábamos con fuerza, los conejos no paraban de salir de la galera y de repente todo se volvió sinfónico, estábamos como en casa, en un hogar imaginario, ciego, invisible a los ojos de cualquier ente exterior. Ya el resplandor nos marcaba el rumbo, quizás perdidos por minutos o siglos, en distintas realidades o sueños, de a poco nos fuimos dando cuenta y ya estimábamos que sabíamos dónde aterrizar.