domingo, 30 de diciembre de 2012

Interludio


   Hipnotizado en una bahía se puso a elegir caramelos de un frasco que había encontrado en el más allá. El recipiente tenía una profundidad que no aparentaba y a él le resultaba imposible tomar el dulce que deseaba. Tan cerca, pero tan lejos, reluciente en su envoltorio floreado.
   Se fumó cada nube que lo miraba y se bebió todo el pantano que lo rodeaba. Se puso a navegar sin canoa hasta que se perdió en los laberintos de una canción. Guirnaldas de colores y un xilofón de pasiones. Las agujas del reloj se derretían a la sombra y su sabiduría se iba reflejando en su cabello.
   Su violín estaba desafinado, suspendido en tiempo y espacio. Una sonata de lejos y una escalera hacia un armario en el inconsciente. La mesa estaba servida y sin embargo no quedaba nadie, sería temporada de pileta en el desierto.
   El loco momento en el que deja de funcionar el universo, en el que se corren los decorados para que todo comience a oscurecer por dentro y a encandilar por fuera, se corta la música y se acrecienta el barullo.
   La vida del poeta es como la de un mago, solo que sus trucos están en la belleza de sus palabras. Su secreto no debe ser revelado, para así poder seguir produciendo el encanto de la ilusión de una dimensión paralela.
   Pero todo seguía detenido, esta vez él  no era el que estaba sedado, sino el propio universo, que lo transportaba poco a poco sin saber a dónde. La temporalidad ya le era ajena, y por más que estuviera lleno de oro, el contrario siempre tenía la espada. El tiempo lo hizo ir saltando de renglón en renglón en el devenir de una hoja interminable. Invernó en un túnel por años y se despertó en otro sitio, aunque todavía no abrió los ojos.