Entre los torbellinos del limbo terminó de
descifrar parte de un acertijo en puntos suspensivos. Esa incógnita era una
temporalidad más, otra espina en la galaxia, la que quizás tenía más
importancia de lo imaginado, pero era el camino a la redención, una brújula a
la información incompleta.
Una ausencia, o indiferencia provisoria, una
laguna de preguntas que de a poco se hacían de respuestas. Ella estaba atrapada
entre quimeras, en una depresión innecesaria que ya no la dejaba levitar. El
ser sin nombre ya lo tenía, se ubicaba en otro tiempo, un criminal espacial sin
sombra.
Esquivar el tiempo pluscuamperfecto para
traerla nuevamente al futuro, al añorado 2147. En realidad, lo de los años era
cuestión de mareos ¿Era pasado, presente o futuro? Ya la convulsionada mente no
lo dejaba razonar como debía, no sabía ni en que año o sistema solar se
encontraba, había muchos presentes que se chocaban. Pero lo importante era la
misión, desenmascarar al cazador de sonrisas, el rufián que se la había quitado
y llevado a la bolsa junto con tantas otras que había ultrajado.
El demonio existía desde antes de lo
supuesto. Una poción, un veneno que la hacia dudar y ver distorsionada su
realidad. Ahora todo cerraba tanto cronológica como matemáticamente. La
indiferencia y el paso retraído en la pista de baile. Pero no era su culpa, o
sí; pero el hechizo debía romperse, ya no se podían alterar más lo tiempos. El
destino del universo dependía de eso.
Tenía que desenfundar su pluma y derrotarlo,
puerco que le había quitado su alegría, que le impedía componer su encanto.
Había que sacarla del calabozo mental en el que estaba perdida sin saber porqué.
Las sorpresas de la vida, aunque ahora estaba el dato clave, la pieza que
faltaba para completar el rompecabezas. La pista estaba en el pergamino, ya no
eran gritos de socorro perdidos en la nebulosa del inconsciente, había un
camino y un plan.