Como artesana, tejía una larga telaraña que
iba cubriendo cada extremo del interior del ser. De la nada, una aparición
magistral, coronada por su encanto y el viajar cada noche en el tiempo, reírse
de los kilómetros.
Apasionada interlocutora de aventuras
espaciales. La siembra de una duda y la investigación del porqué de las cosas.
Era un trabajo de detective, de orfebre o de contorsionista. Una risa, un
brindis y la excitación. Un viaje misterioso que ya no lo era, o al menos no
empezaba a serlo.
Un sube y baja en el desierto y un momento
cúlmine en el futuro. El aroma encantador de una noche atemporal, seleccionada
al azar y alimento de las mil y un alucinaciones. Cuando la orquesta toca una
sinfonía misteriosa siempre esta latente el hecho de qué pasará. La tensión de
los mortales y la utopía de la inmortalidad de una situación pausada en el
tiempo o la incertidumbre del continuará. Aquel hipnotizador portal en el que
se dio el contacto.
El problema de no ser un robot mientras una
ardilla escribe un guión en el cerebro. Una historia de carácter automática y
surrealista. El miedo a lo desconocido dentro de lo conocido, al eterno dilema
del qué pasará.
Una cabalgata. De lejos el amanecer, pintado
y pasional, en llamas como pocos. Su arma era la pluma, la que le permite
escribir un camino a recorrer. Una musa en medio de una tempestad que ya estaba
siendo olvidada. La ruta de las incógnitas y de las preguntas, con o sin respuestas.
Encender un cigarrillo; esperar, respirar, sonreír. En fin, eso es lo que
cuenta; un viejo proverbio del más allá indica que las grandes aventuras
siempre continúan y tienen sabor a rock.