lunes, 3 de marzo de 2008

Vida

Era un cuartito muy diminuto en el subsuelo de una vieja casa. El sitio era muy oscuro, con pisos disparejos de una añeja y podrida madera, en donde sobresalía una importante humedad en las maltratadas paredes.
En el centro de este lugar, sentado en una pequeña banqueta y debajo de una lamparita que proporcionaba sus ultimas chispas de vida, se encontraba un joven solitario y muy cansado. Su aspecto era de un hombre treinta años mayor a lo que era en realidad. Ya su juventud se había transformado en olvido, sus cabellos parecían nubes a punto de sacudir una tormenta, mientras que su rostro se derrumbaba y sus expresiones se habían ido de viaje hace siglos. Pero la karma de su existencia y lo que más lo había maltratado en su vida era que sus piernas se habían quedado corriendo en un campo lejano de sueños vacíos.
Con todo el esfuerzo posible, trataba de alzar la cabeza para contemplar el único brillo que se encontraba en la habitación, pero lo veía como algo lejano, como de otra vía láctea. Sus uñas estaban verdes, sus muñecas rasgadas y sus ojos transparentes.
Ya casi no podía ver, y aunque pudiese le costaba mucho levantar sus párpados. La pastilla lo había desgastado, se la pasaba el día dentro de su vigilia imaginaria. El fin se acercaba cada día más, pero a su vez los días eran tan intensos que duraban años. Las pesadillas lo perseguían en su mundo de fantasía, en tanto que su realidad lo maltrataba tanto que ansiaba con volver a ese infierno.
Uno de las tantas tardes que trató de acabar con toda esta historia, no se mantuvo en equilibrio y se cayó de su asiento golpeándose el cráneo contra el suelo. Al rato empezó a sentir mucho frío, su cuerpo se congelaba, y la nieve que empezaba a caer en la sala en enormes cantidades, lo iba cubriendo. Sentía que estaba por volver a quedar inconsciente, que el desmayo era crónico.
Al cabo de unos minutos se encontró arropado y con el calor de una fogata. Él no entendía lo que estaba sucediendo, pero lo que más le sorprendió fue cuando giró su mirada y vio a un niño de unos dos años, de enorme cabeza pelada que lo miraba fijamente con sus ojos blancos.
El bebé puso a calentar en una olla una bebida de un color parecido al té, y cuando hirvió le convido al desolado hombre.
Con el primer trago sintió un calor que en su vida había experimentado. De a poco recobraba sus energías perdidas, su piel como por un arte sobrenatural volvía a tener color y sus heridas se sanaban, mientras que él, que no estaba acostumbrado a pronunciar palabra alguna sentía como sus cuerdas vocales se volvían a unir.
-¿Dónde estamos?.
-En el momento más hermoso que se puede llegar a estar. En un lugar donde el tiempo no progresó, el pasado se olvida, el presente no te asfixia y el futuro no es importante. En donde los días no se sufren y las noches no te hacen sentir solitario.- le responde el niño sabiamente.
-Pero...¿quién eres y qué será de nosotros?.
-Yo no soy nadie y tu tampoco, nunca lo fuimos. Somos microorganismos que recorrieron su camino flotando en una burbuja de sentimientos, los cuales transcurren en eso que se llama vida. Esa historia que unos tienen la suerte de superarla satisfactoria o erradamente. Pero solo tengo unas palabras por decirte, amigo. La vida dura lo necesario para cada uno, pero al final solo quedan los sentimientos.
A las nueve de la noche, como era habitual en la rutina diaria, la enfermera abrió la puerta para dejarle la cena a su paciente, pero todo estaba totalmente oscuro. Prendió su linterna y observó que tal hombre estaba tirado en el suelo rodeado de una laguna de sangre congelada, en tanto que la lamparita que colgaba del techo nunca más iluminaría nada.


Creado en 2006.